Las vidas pasadas de las mamás

Mi mamá

Hoy no llueve en Bogotá y aprovecho para llevar a mi hija al parque. Ella está feliz, cuando oye la palabra “parque” coge su chaqueta y sus botas y se para en la puerta. Yo no veo la hora de salir, el parque se ha vuelto el centro de mi vida social por excelencia. No hay tiempo para el blower ni el maquillaje de otros tiempos. A duras penas alcanzo a agarrar mis gafas de sol y las meto entre las compotas, los pañales y los pañitos húmedos.

Subimos al carro. Abro la guantera; desde el fondo de ese agujero negro, Mick Jagger y Lenny Kravitz me ruegan que los deje cantar, los veo ahí, convenciéndome con sus sonrisas congeladas desde las portadas de unos cds viejos.  Pongo la canción preferida de Aurora: dos pobres animales desaparecen de la faz de la tierra porque a Noé se le olvida meterlos en el arca. Cantamos a grito herido.

Llegamos al parque. La arenera bulle de niños. Hemos llegado a nuestra pequeña playa. Aurora se tira en la mitad con una pala y yo me siento en el borde con un balde de plástico en la mano.  Otras mamás me sonríen dándome la bienvenida.  En esas sonrisas descifro toda la complicidad de saber lo que es no poder dormir de corrido como en los años mozos o tener que esperar hasta que San juan agache el dedo para hacer una maratón de series en Netflix.

Al lado mío está la mamá de Benjamín, Julia (Doctorado en filosofía, ex docente universitaria) recogiendo hojitas para hacerles una casa a las hormigas.

Hablamos de los pediatras, de las vacunas, de las metodologías de educación alternativa y luego, mucho más luego, de nosotras:

-A veces me abruma la falta de tiempo… Me siento en un torbellino de tareas sin fin… le digo mientras paso un rastrillo azul  por la arena.

-A mí me preocupa otra cosa…  dice Julia quitando la tierra de las hojas con un palito:

– ¿Cómo hago para acordarme de quién era yo antes?…

Me queda sonando esa frase. Mi yo de antes. Antes de ser mamá. Ahora para mi nuevo círculo de amistades soy “La mamá de Aurora”. Pero para mí también fue así siempre, es decir, mi mamá fue y es mi mamá antes de todo, antes de ser ella. Mi mamá es una mamá, no sólo para sus hijos, sino para los amigos de sus hijos, para los vecinos, para el mundo entero…

Y pienso en algo que pasó hace años. Mi hermano tuvo una banda de rock cuando era adolescente. Ensayaban sagradamente, con la candidez de los 15 años, cuando llegar a ser estrella de rock era tan factible como darle la vuelta a la manzana en bicicleta. Así que estas promesas de la música con barros y espinillas vivían en simbiosis. Desocupaban la despensa, dormían en colchonetas sin sábanas porque les daba pereza tender la cama y ensayaban despeinados en pijama. Yo me levantaba un domingo y al primero que veía era a B, el baterista, que me saludaba desde el comedor tratando de decirme buenos días con un pedazo de pan en la boca.

Una vez B. se estaba bañando en el baño de abajo, que casi nunca usábamos. Pensando que la casa estaba sola, salió del baño cantando una canción de los Beatles y secándose el pelo con una toalla como si se estuviera rascando. No tenía nada más puesto. Al levantar la cabeza vio a mi mamá que acababa de llegar con unos paquetes del mercado. B, pegó un grito y soltó la toalla.

-Hola B. … ¿Y hasta qué horas piensan ensayar los artistas hoy? Dijo mi mamá sin inmutarse y siguió para la cocina.

B. recogió la toalla y le hizo cara de alivio a mi hermano que en ese momento bajaba las escaleras:

– Menos mal es su mamá… Pensé que era su hermana.

Es decir, a B lo que le preocupaba era que yo en la plenitud de mis 17 años pudiera haber visto sus partes nobles, ¿pero que mi mamá las viera? Naaaaaa, si era mi mamá… Era “sólo” una mamá. ¿Acaso las mamás han tenido una vida antes de la maternidad? ¿Esa vida pre-mamá existe? Como los ovnis, dicen que sí, pero nadie tiene la prueba de ello…

Aurora llega cansada del parque. Después de un baño largo en el que llora porque no le gusta el champú en los ojos, la acuesto a dormir.

Son apenas las 9 de la noche. Me siento frente al computador en la silla más abullonada que hay. Copita de vino rojo en mano, me dispongo a ver, así sea de a sorbos, “Milagro en Milán” una viejera de los años 50, pero que es una de mis películas preferidas.  Pienso en Julia, la mamá de parque…  Luego llegan a mí las bondades del alcohol y la uva.  Empieza la música de la primera escena, soy feliz. Y mientras me acurruco en mi cobija de lana virgen,  me pregunto:

-¿Pero cómo hago para olvidarme de quién era yo antes?… Imposible.

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