A pesar de todo, te amo, Bogotá

Recorriendo la capital, Bogotá

Este año cumplo 30 años de haber pisado Bogotá por primera vez. Eso pienso esta mañana mientras corro escapando del humo de un bus del Sitp.

Mi esposo se burla:

-¡Corre, te persiguen!, me dice muerto de la risa.

Sabe que yo, esté donde esté, apenas veo que  se me acerca una chimenea de esas, salgo corriendo con la nariz tapada y aguantando el aire hasta que el humo pase. Es decir, considerando lo moderno y ecológico del parque automotor de esta ciudad, me la paso en esas.

Hoy es el día sin carro. Me tomo un té de frutos rojos y te miro desde mi ventana. Bogotá, hoy estás de sol. Te quitaste ese delantal horrible y gris que te pones todos los días para ir a trabajar. Te ves linda hoy.

Mi esposo me saca de mi contemplación:

-¿Pero a quién se le puede ocurrir una idea tan absurda? ¡Como si un día sin carro fuera a acabar con la polución de esta ciudad!

Pero a mí me gusta Bogotá sin carro. Al rato salgo a caminar y todo me parece nuevo, limpio, lento. Ojalá fuera siempre así. Un día como hoy me gustas otra vez, Bogotá.

Hace unos meses me visitó una amiga argentina que viene mucho a Bogotá por trabajo:

-Yo deprimida y esta ciudad con este clima de mierda…

Me dice quitándose las botas y colgando en la silla un impermeable emparamado.

-Es que estamos en noviembre… le digo.

-Pero, che, si he venido en noviembre, en diciembre, en octubre y el clima siempre es una mierda.

-Pero no has venido en marzo… En marzo siempre hay sol todo el día.

-¡Que decís!… Odio esta ciudad, en serio, ¿cómo hacen para vivir acá?

-Bogotá tiene cosas muy chéveres.

-A ver, cuáles, cuáles, decíme…

Yo me quedo callada. No me salen. No le sé explicar. Hay muchas cosas culturales para los niños, pienso. Y después me acuerdo de que no voy nunca a nada porque no quiero meter a mi hija en 2 horas de trancón, que es la distancia promedio que hay hasta cualquier lado en donde haya cosas culturales. Lo parques, pienso. Después me acuerdo  de que de agosto a diciembre fui poquísimo a algún parque porque cada vez que estábamos listos para salir, llovía. Actividades culturales para grandes, pienso. Hace rato no voy a una. Logística complicada por lejura, por horario.  Los alrededores, pienso. Uno puede ir a clima caliente en un mismo día y no hay que esperar cuatro meses para ver el sol, como en otros países en donde hay estaciones. ¿Y hace cuánto que no vamos a clima caliente cerca a Bogotá?, pienso, tal vez siglos.

Hace 30 años yo vivía en Popayán. A mi papá le salió un trabajo en Bogotá y  mi mamá nos dio una noticia que parecía muy buena por la cara que hizo cuando nos dijo, triunfante:

-¡Nos vamos a vivir a Bogotá!

Yo nunca había ido a Bogotá. Así que me construí una imagen mental de lo que podía ser ese Hollywood criollo porque para una niña de los 80, Bogotá era donde vivían los actores de la televisión. Toda la parrilla de programación estaba en Bogotá, desde Pacheco hasta la niña Mencha.

-Bogotá es helada.

Me dijo una tía abuela, entregándome un saco rosado que me hizo en croché. Helada, mucho mejor. Mi imaginación de niña me proyectó  patinando en  una pista de hielo, con guantes, gorro y bufanda, en Bogotá.

A la emoción de irnos a vivir a Bogotá se sumó la de viajar por primera vez en avión. Me acuerdo de que nuestro compañero de silla fue un chino que le escribió a mi hermano su nombre en una servilleta. Yo jamás había visto a un chino en persona.

La llegada a la capital fue una decepción. Una desilusión total. Como cuando uno ve una película pero ya se ha leído el libro y la película nunca va a ser igual. Bueno, mi mente había construido el libro de Bogotá y yo me estaba viendo la película y era muy mala. Entramos a la ciudad por el aeropuerto; casas y edificios de ladrillo y cemento, desiguales, con letreros mal pintados de todos los colores, uno que otro arbolito pálido y débil como queriendo dar su último suspiro, cielo nublado.

-¿Pero dónde estarán las pistas de patinar en el hielo, mamá?, pregunté cuando íbamos en el taxi hacia nuestra nueva casa.

-¿De patinar en qué?…!Cierren las ventanas que se van a mojar, empezó a llover!

A los 3 meses de haber llegado, mi mamá nos llevó a mi hermano  y a mí al doctor porque estábamos enfermos. El diagnóstico fue falta de sol.

Pero el tiempo pasó y Bogotá me fue domesticando. Aprendí a quererla. Y cuando uno quiere a alguien, no hay explicaciones o argumentos en contra que valgan.

 

Y cuando salgo a caminar con mi hija, en un día de sol como hoy puedo decir con todo el corazón: te amo, Bogotá.

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