Maternidad en la era digital

Maternidad en la era digital

Esta semana no tuve tiempo de ir a hacer mercado. Hoy abrí la nevera a las 6 de la tarde y había unas papas y unos huevos con fecha de vencimiento borrosa. No se leía bien: 14 o 24, parecía más un 14. Hoy es 17 de marzo, es decir que los huevos  hoy estarían para botar a la basura.  Cojo uno y se ve de buen semblante, mientras lo miro me acuerdo de mi prima que fue okupa en Barcelona. Ella y sus compañeros se alimentaron por más de un año con la comida vencida que desechaba un supermercado, cuando la fui a visitar a España estaba rozagante, hermosa:

-No creas en las fechas de vencimiento, es una estrategia de los supermercados para vender más y así se desperdicia mucha comida…

Pues si ella estaba como un pimpollo comiendo cosas vencidas, qué mal me podrían causar unos huevos pasados de unos días. Así que apelando a mi consciencia ecológica de no desperdiciar alimentos y agregándole además toda esa teoría de pensamiento positivo y  de crear nuestra realidad decido, no, más bien decreto que estos huevos vencen el 24 y los voy a usar y me los voy a comer y voy a cocinar lo único que se puede hacer con huevos y papa: una torta de papa.

Antes que nada consulto a mi oráculo. En la antigüedad, el oráculo era un espacio al cual las personas acudían para obtener respuestas, pautas y consejos sobre lo que la vida les deparaba. En la actualidad mi oráculo, y el de casi todos, se llama san Google. Y no tengo que ir hacia él, me lo llevo a todas partes conmigo porque está en mi teléfono.

Entonces cojo mi celular y escribo:

-Cómo se hace una torta de papa.

Espero la respuesta divina y en un nanosegundo me salen videos, fotos, recetas, podcast, infografías.

Al tiempo abro otra ventana y “texteo”:

-¿Se pueden comer huevos vencidos?

Tengo luz verde,  Google se ha manifestado y yo, feliz, me dispongo a preparar mi torta.

En esas llega Aurora como mascando chicle. La miro y sonrío, pensando que me imita cuando como chicle, después me cuerdo de que no como chicle hace rato:

-¿Qué tienes en la boca?

Saca su lengua con una bola azul:

-Plastilina.

Corro a meterle las manos en la boca, luego corro al baño a buscar el cepillo y le raspo lo que le queda de plastilina en los dientes. Sin musitar palabra vuelvo a indagar con el que todo lo sabe, de nuevo mister Google:

-¿Play-Doh es tóxico?

Mi bola de cristal –Google- me tranquiliza, casi me hace un guiño mientras me dice: la plastilina Play-Doh está hecha básicamente con harina y agua, claro, colorantes y otras cosas, pero ingerir poca cantidad no es malo.

Con una sonrisa de satisfacción regreso a mi torta de papa y mientras aprecio el amarillo brillante de las yemas, me pregunto:

-¿Cómo carajos hacían las mamás de antes?, ¿cómo pudieron vivir sin internet, sin celular, sin whatsapp?, ¿dónde buscaban recetas, síntomas, dudas, foros de lactancia, chismes de farándula, teorías de crianza?

Las mamás de antes no tenían internet y no podían tener respuesta inmediata a todas sus dudas, inquietudes y dilemas. Se pasaban las recetas de mano en mano, mal escritas en hojas de papel arrugado. Averiguaban con  sus amigas o con otras mamás -en vivo y en directo- cuándo vencía  un huevo. Si sus hijos comían plastilina tal vez lo primero que hacían antes de preguntarle a un computador era salir corriendo con el niño donde la vecina para meterle cuatro manos en la boca hasta hacerlo vomitar.

La torta de papa me queda salada. Seguí la receta tal cual o bueno, eso creo yo,  y sin embargo, no nos la pudimos comer. No tengo a quién reclamarle. Aurora tiene hambre y yo estoy botando una torta a la basura, mientras veo los pedazos caer a la caneca, pienso:

-¿Y si de grande le da por ser okupa?

Ya quiero correr a googlear: Mi hijo es un okupa. Me contengo porque tiene apenas 2 años.

Luego me acuerdo de que en la alacena hay harina de maíz y se me ocurre hacer arepas. Me olvido de Google y desempolvo del cuarto de san Alejo de mi cerebro  la receta que aprendí de niña, viendo todas las tardes cómo las preparaba la que fue por años mi nana.

Me quedan tan ricas que Aurora se las come tan contenta como si fueran de plastilina.

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