Destete irrespetuoso

Fin de la lactancia

Cuando mi hija tenía más o menos tres meses yo estaba plenamente inmersa en mi etapa de zombi lactante. Mi rutina era la de un zombi lactante: no dormir y dar teta, dar teta, dar teta. Pero además yo era un zombi lactante sin leche (ver post al respecto https://mamatubela.com/2016/12/03/atravesando-mi-via-lactea/) lo cual multiplicaba mi status de zombi y disminuía mi status de lactante. Es decir, yo era un zombi trabajado horas extras para estimular la producción. El poco tiempo entre una toma y otra yo me ordeñaba. Así que como no dormía, las horas de sueño faltantes se reflejaban sin piedad en mis ojeras y mi cara.

Pero todo tiene su recompensa.y después de tanto esfuerzo yo tuve la mía. A punta de tés y menjurges, foros de lactancia en internet, grupos de apoyo en whatsapp y ayudas logísticas (extractor) psicológicas (consultora de lactancia) y físicas (cojín, brasieres, masajes) logré construir mi imperio de la leche. Sólido pero discreto, mesurado, pero real. Dicen que lo bueno, breve, dos veces bueno, pues así era mi leche. Nunca tuve borbotones, en un cajón quedaron guardadas intactas todas las bolsitas que compré en el embarazo para almacenar la leche. Tuve quizás lo suficiente, más menos que más, pero lo necesario.

Por el mismo esfuerzo que me costó establecer la lactancia, perdí el más mínimo pudor para mostrar mis tetas al aire, ahora que lo pienso, tal vez para mí eran como las medallas que exhibía con orgullo por la empresa lograda. Las sacaba sin problema en donde fuera y delante de quien fuera. Le daba a mi hija a demanda donde quisiera y cuando quisiera.

Pero después de casi dos años de lactancia, surgió el dilema contrario, empecé a preguntarme cómo iba a hacer para destetar. Volví entonces a mis antiguas andanzas de la época en la que no tenía leche: arrasé en internet buscando todas las teorías, foros y vídeos acerca de la forma menos traumática de quitar la teta. Me leí todos los libros del pediatra Carlos González y me devoré todos los blogs de las teorías de crianza con apego.

Después de digerir toda la información, decidí que la forma menos compleja y más amigable era hacerlo progresivamente. Irle quitando las tomas de a pocos, finalmente dejar solo la de por la noche y por último quitarle ésa también. Decidí hacerlo en un lapso de un mes.
Pues la verdad es que jamás logré que el concepto de “progresivo” entrara en pleno vigor. Al cabo de un mes estaba yo dándole las mismas tomas. Cuando me pedía yo no era capaz de negarme. Si lo hacía ella lloraba, pataleaba y me sentía una mala madre por negarle algo que mi cuerpo había creado única y exclusivamente para ella.

Un jueves me llamaron para dar una clase de yoga en el centro de la ciudad, a la hora de almuerzo. Al salir de la clase tenía tanta hambre que me metí en el primer chuzo de comida que encontré y pedí lo más decente que ofrecía la carta: ensalada y pasta.

Jamás pensé que el fin de mi lactancia iba a estar definitivamente ligado a un restaurante en donde escribían “lazaña” con z. Lo debí ver cómo un presagio, una señal, una advertencia, pero el sonido de mis tripas con hambre me distrajo. Comí, me gusto, pagué, me pare y me fui.

Al otro día estaba yo en la sala de urgencias de la clínica con un dolor de estómago que me doblaba en dos. A las dos horas estaba ya con suero inyectado. En medio de la frialdad del ambiente hospitalario, sentí un atisbo de felicidad porque llevé conmigo un libro que había empezado a leer en el embarazo y, finalmente, gracias a un virus intestinal ahora tenía tiempo (¡!) para leerlo.Y ahí estaba yo, contenta, en una poltrona cómoda con una cobijita caliente retomando la lectura que había dejado un año atrás.

Terminé mi libro. Antes de que me dieran salida fui muy oronda al cubículo de un doctor barranquillero. Me iba a dar la lista de medicamentos que tendría que tomar una vez afuera. Leí los nombres escrupulosamente:

-¿Son compatibles con la lactancia?

El doctor siguió escribiendo como si nada:

-No.

Yo había pasado noches enteras con las puchecas conectadas a un extractor, había comido cascara de plátano con panela, había pagado una fortuna a una vieja que había ido a mi casa única y exclusivamente a exprimirme para sacarme leche. Todo esto y más, me daba la autoridad moral para poner la frente en alto:

-No me voy a tomar esos remedios porque yo estoy dando teta.

Con una sonrisa, el doctor metió el papel con la receta en el bolsillo de mi bata:

-Pues te va a tocar tomarte esa vaina si te quieres curar… Además eso ya te lo inyectamos por vena.

-¿Qué?

El destete progresivo y respetuoso se esfumaba de mi vida.

Esa mañana le había dado teta a Aurora sin saber que había sido la última vez. Antes de salir de la clínica, conseguí dos curitas y me las pegué en forma de “x”.

En el taxi de camino a la casa, pensaba: ¿Cómo voy a hacer para quitarle la teta tan abruptamente? ¿Qué voy a hacer si llora desesperada?.Tuve un flash mental rarísimo: yo dando teta en un parque lleno de otras mamás lactando; una especie de “tetatón” al que nunca fui; las tetas de mi abuela, redondas, suaves; la maleta negra del extractor.
.
Esa noche cuando volví la encontré dormida con mi esposo. Me acosté al lado mirando el reloj hecha un manojo de nervios. Se acercaba la hora de su toma de madrugada.
Pero así como fue impredecible mi forma de destetar, fue impredecible también su reacción. A las dos de la mañana, habló medio dormida:

-Teta, teta…

La cargué y la abracé. Ya no había vuelta de hoja. Le mostré las curitas y pasé saliva:

-El doctor me puso éstas… No hay leche.

Esperé lo peor: llanto, pataleta. Afortunadamente algo sorprendente jugó a mi favor. Hace años yo había querido quitarme un lunar prominente que tengo en el pecho. Después, por motivos de tiempo y viendo que era sólo una cuestión estética, decidí no hacerlo. Aurora cerró sus ojos y con las manos me empezó a acariciar el lunar. Así se durmió.

Y así terminó mi lactancia, de plano, sin ninguna progresión. Mi hija lo tomó mucho mejor de lo que yo pensaba. Y ahora, cuando la cargo y la abrazo para dormirla, siempre pregunta:

-¿Dónde está mi lunar?

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