- Le hemos cogido mucho cariño a nuestro cuerpo. La fuerza de la gravedad es inversamente proporcional al autoestima. A los 20 cuando las carnes tensas se mantienen templadamente en su sitio a pesar de la comida chatarra, los trasnochos y excesos propios de la vida loca juvenil, vivimos acomplejadas con nuestro cuerpo, por gordo, flaco, grueso, menudo o perfecto que sea. Siempre hay algo que no nos gusta. Somos implacables ante nuestra imagen en el espejo. Compasión y clemencia no existen en la mirada de la veinteañera que se ve a sí misma en el reflejo de una vitrina. Paradójicamente cuando la fuerza de gravedad empieza a desestabilizar las estructuras sobre las cuales construimos gran parte de nuestro ego juvenil es cuando mejor nos empezamos a sentir con nuestro aspecto físico, sea el que sea.
- Cada vez nos parecemos más a Quentin Tarantino. A este genio del cine en una entrevista le preguntan si hace sus películas pensando en el público. Y él responde: Sí…yo soy el público. Si ruedas una película que no es del gusto popular, muchos la van a odiar, pero otros tantos que tienen tus mismos gustos la van a amar. Nos hemos demorado dos décadas, pero lo hemos conseguido: nos tiene sin cuidado ser del gusto popular, finalmente, y es una liberación: somos nuestro propio público. Cada vez nos importa menos lo que piensen de nosotras y nuestra vida. Y los que tienen nuestros mismos gustos igual nos aman.
- Tenemos más arrugas, pero también más carácter. Ya no hay espacio en la vida para ser pusilánimes. La timidez nos queda tan mal como echarnos delineador líquido abajo. Somos capaces de reclamar en un restaurante por un cobro equivocado o pretender un pago justo por nuestro trabajo sin que nos de pena. En combo con el carácter llegan unas patas de gallo que se instalan como reinas de la cara, pero esas marcas nos dan cierto “charm”. Y si no, la industria cosmética ha avanzado bastante y, otra ventaja de los 40, podemos beneficiarnos de esos adelantos de la ciencia.
- Nos vemos con el bálsamo del humor. Considerando las galaxias, planetas y estrellas que forman el cosmos que habitamos, nos sentimos demasiado ínfimas para darnos todo el palo que nos dimos a los 20 y demasiado inmensas para tomarnos tan en serio. Nuestros errores no son el clímax de una tragedia griega, sino más bien el episodio de una comedia gringa. A los 20 somos unos sargentos que nos exigimos trabajo perfecto, relaciones perfectas, cuerpo perfecto, vida perfecta y a los 40 con que no nos jodan ya somos muy felices.
- .Nuestros conceptos de éxito y triunfo han cambiado. Seguimos luchando por nuestros sueños, pero focalizando nuestros proyectos sin rasgarnos las vestiduras. A los 20 queremos “éxito” a toda costa, somos como el perro bravo de Davivienda que encerrado detrás de las rejas se le tira a la gente cuando pasa para agarrar algo. Ahora somos como el perro feliz de parque que corre detrás de la pelota, pero está tan contento, que en el camino se distrae con un palito y luego vuelve con ambos en la boca.
- Disfrutamos de buenos momentos sin necesidad de grandes logísticas ni multitudes: un sábado por la noche dentro de las cobijas viendo Netflix y cantando las canciones de Frozen con nuestros hijos pequeños o acariciando a nuestro gato pueden ser más placenteras que las chichoneras que aguantamos en los conciertos de los 20.
Mujeres, quiero saber cuáles son sus razones para sentirse mejor ahora que cuando tenían 20.
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