Una amiga mía se quedó con otra hasta tarde en un bar. La música no estaba tan buena. Ellas querían hablar, echar chisme, desatrasar cuaderno. Pero no lo pudieron hacer en paz. Un tipo se le pegó a mi amiga. Después de ni cinco minutos, ya le colgaba su mano pesada sobre el hombro mientras le hablaba cerca y le decía algo terminado con «esita». Por el volumen de la música no entendía si era «princesita», o algún otro título nobiliario que se estaba ganando gratuitamente. En un momento de lucidez u obnubilación mental, depende del punto de vista, las dos decidieron zafarse y salir a las doce de la noche caminando a buscar un taxi. Eso fue por la época en que los celulares eran todos flechas y no existían aplicaciones tan cómodas como las de hoy en las que a uno le dicen: la viene a recoger Walfang Santiago Muñoz Cubides con placas vvv345 y le enciman un mapa con el muñequito del taxi y el muñequito de uno, en tiempo real mientras el vehículo se acerca como en un videojuego.
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