6 cosas que hace un neo yogi

Cuando empiezas a practicar yoga

Nuevos en el yoga

Muchos hemos pasado por algunas de éstas:

  1. Compras un mat carísimo en material súper resistente, ropa de algodón orgánico que deja libre transpiración, portamat  fabricado por mujeres cabeza de familia en una tienda de comercio justo. Vas a las primeras dos clases y no vuelves más. El mat queda de tapete para tu perro y la ropa orgánica te la pones de piyama. El portamat, tan inútil por sus dimensiones, permanece arrugado en el último hueco oscuro de tu closet. 
  2. Estás en tu primera clase sintiéndote más tieso que un zapato viejo, tratando de hacer la postura que indica el profesor. Sudas, rezas, ruegas para que ya todo se acabe, quieres dejar todo tirado y salir corriendo, sin embargo aguantas. Pero lo que más te mortifica es que no puedes dejar de mirar a tu vecino de mat: si existe el nirvana, él ya lo alcanzó,  parece un atleta del circo del sol,  flexible, cara relajada, hasta tiene el descaro de sonreírte, mientras tú estás al borde de una hernia discal.
  3. Después de la tercera clase es decisión tomada: serás vegetariano, no, más bien vegano. De un día para otro sacas de tu nevera las carnes rojas, blancas, los huevos y la miel. Después de una semana comiendo pasta y pan y sintiéndote inflado como un tambor, renuncias a tus nobles propósitos y te haces un test de intolerancia al gluten.
  4. Compras malas (collares de pepitas para recitar y meditar mantras)  y te las pones todas juntas en lugares visibles. No tienes ni idea de cómo se usan, ya habrá tiempo para averiguarlo, pero se ven tan lindas!.
  5. Te compras el aparato más sofisticado para licuar todo tipo de jugos verdes. Se lo encargas a tu primo en Estados Unidos porque justo ese que quieres y que usan las yogi rock stars,  ni siquiera lo venden aquí.   Atiborras tu nevera de espinaca, brócoli y verduras que no sabías que existían como el kale. Los tres primeros días madrugas a preparar tu jugo verde, ya el cuarto prefieres dormir y el quinto y el sexto. El fin de semana, cuando por fin tienes más tiempo para licuar y lavar- porque lavar el dichoso aparato es toda una empresa-, decides retomar tus batidos, pero cuando abres la nevera ya no hay verduras frescas, solo unos amasijos moribundos y parduzcos que tienes que botar.
  6. Te cuesta comenzar, te cuesta ir a clase, no estás ni siquiera seguro de que te gusta. Pero ya pagaste la tiquetera ilimitada por tres meses y no vas a perder esa platica. Después de un mes de juicio yendo a clase empiezas a notar que ya puedes tocar con tus manos los pies cuando te doblas hacia adelante, tus dolores de espalda son menos frecuentes e intensos, estás más flexible y empiezas, por fin, a disfrutar la clase. Bienvenido al yoga.

 

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