Niños hiperconectados

Niños y clase virtuales

Un día el futuro tenía que llegar. Cuando hablamos de los grandes inventos que vería la humanidad, descartando la rueda y la Nutella, aparece omnipotente el Internet. O “la Internet”. Según la RAE, se debería utilizar la forma femenina (“la”), porque se refiere a “la red” y por consiguiente se escribe “la internet”. Los debates sobre los géneros de las palabras también iban a llegar.

Una de mis series preferidas de infancia era Automan, un tipo rubio de blower y trusa fosforescente. Pero poco me acuerdo de la trama, lo que me parecía alucinante era que Automan podía hablar con otros por computador, podía conversar y verles la cara. Y también lo podía hacer a través de un reloj, una especie de Apple Watch de hoy.

Automan era la promesa de un futuro fulgurante de circuitos y ondas, como su disfraz, en donde la barrera del espacio se podía derribar con un click. Y yo soñaba con que ese momento llegaría. En las piñatas, cuando la cabeza de Hello Kitty explotaba y volaban todas las chucherías por el aire, nosotros los niños del barrio nos tirábamos al piso solo para acaparar los relojes de plástico, con los que jugábamos a Automan. En el futuro, los relojes mágicos para hablar con la gente y verles la cara llegarían para quedarse, así como las tabletas y los computadores. Las piñatas, en cambio, poco a poco desaparecerían de la faz de la tierra. En los cumpleaños infantiles del futuro, todos estarían hiperconectados a sus pantallas, pero ningún niño con ojos vendados iba a volear un palo para romper una bola de icopor y serpentinas, mientras los otros esquivaban el golpe entre risas.

Esta semana he recordado con cariño a Automan. Las profes de jardín de Aurora, sin blower ni trusas fosforescentes (bueno, la de Teatro sí) han organizado muchas clases virtuales por Zoom. De cocina, de experimentos, de música, de karate. Son espacios digitales muy democráticos en los que todos hablan al tiempo, o a veces se va el sonido para todos al tiempo. Algunos se quedan congelados mientras sus voces siguen charlando por su cuenta, como abandonando por un camino virtual a esa imagen petrificada.

El primer día de clases virtuales, mientras yo ponía la contraseña y acomodaba el celular desde un ángulo que no revelara el desorden cuarenteniano de la casa, Aurora salió corriendo. Regresó con el uniforme puesto, para la clase virtual:

-Ya estoy lista!

A veces, cuando veo a Aurora sola frente al computador en piyama (casi siempre asiste a las clases virtuales en piyama) o con su gorro de Chef o con su bata de arte, siento que el futuro llegó. Y no sé si sentirme feliz o nostálgica.

Un día el futuro iba a llegar y con pandemia incluida. Es posible que Zoom y la tecnología 4g establecieran las bases del imperio de Internet para que los niños de Transición del jardín de Claudia y Clarita se pudieran ver las caras, preparar una receta virtual o cantar la misma canción a distancia. La nitidez es casi perfecta y desde la comodidad de sus propias casas los niños se pueden oír y pueden hablar, aunque no se puedan abrazar.

Gracias al ancho de banda y la velocidad Ram, los 25 niños del jardín se conectan al tiempo, aunque no puedan volear un palo en un día soleado para romper la piñata y tirarse al suelo en plancha a recoger los regalos. El futuro ya llegó.

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