Mudanza

De mudanza

Las nubes se diluyen para dar paso a un cielo azul eléctrico, el sol resplandece picante y los niños corren por el pasto del parque con sus coloridos tapabocas del Hombre Araña o Princesita Sofía. Algún perro, también con un tapabocas de color chillón colgado del cuello, corre detrás de ellos, juguetón.

Me quito los zapatos, me siento a descansar. Los paquetes deformes, las bolsas de basura gigantes y las maletas viejas están desparramadas al azar por el suelo. Porque mientras mi hija y su papá están en el parque yo me he quedado en el apartamento preparando el trasteo. En un día de sol. Y me aterro de los niveles de adultez que he alcanzado: preferir empacar a salir, preferir hacer maletas a comerme una paleta de chocolate con crema de las que vende el viejito en el parque, preferir arreglar los recibos de los últimos cinco años y coserlos en orden alfabético, a sentarme en la banquita de madera a calentarme las piernas y pensar en nada. He llegado al colmo de mi madurez, he rebosado la copa de mi sentido de responsabilidad. Nadie me tiene que obligar porque para mi propia sorpresa, lo hago por mi auténtica iniciativa: desocupar estantes y alacenas, clasificar los libros para donar, esculcar cajones repletos. Quiero estar a la cabeza de la mudanza.

Nos vamos. En un mes y unos días. Si abren el aeropuerto a vuelos comerciales, claro está. Y me quedo sola escudriñando cada objeto, cada carta, cada dibujo. Hablando sola y hablando con ellos, los objetos y las cosas. Demorándome una eternidad en ese diálogo. Como si fuera la protagonista de una película lenta y vieja, miro al infinito con un papel en la mano, recordando que esa fue la primera carta que Aurora me hizo en el día de la madre y esa ranita de origami, un regalo inesperado que me dieron en un bus . En una carpeta encuentro los libretos de una obra de teatro que hicimos. Con dibujos, anotaciones, flechas, correcciones, canciones de fondo escritas a lápiz. Y mirando fijo por la ventana, el sol, vuelvo a estar en ese galpón plateado en el que ensayábamos hasta las tres de mañana y me veo, los veo a todos comiendo maní, sacando vestidos largos y máscaras de un guacal. Cada hoja de papel antes de irse a la basura, me cuenta algo, un pedazo de estos 10 años de Colombia, de esta Bogotá que fue mía por un tiempo, de arepas de queso en la calle, de un carrito desvencijado subiendo las lomas de Altos de Cazucá y unos niños aplaudiendo.

Me acuerdo de que ese día, después de la función, se amontonaron todos en las escaleras de madera del palco y nos pidieron autógrafo. Presentamos con Velatropa “Corre, Sarita, corre” y pensé qué tan grande podía ser la ingenuidad de estos niños, que nos pedían autógrafo a nosotros. En esa orilla de la ciudad éramos recibidos como el Circo del Sol. Un Circo del Sol chapineruno y feliz. Todavía con el vestuario y el maquillaje puestos, comimos huevos revueltos y tomamos chocolate con pan en una cafetería desde la que se veía toda La ciudad.

Así lo quise hoy: que me dejaran sola esta tarde de sol para despedirme cursimente de los objetos que vivieron conmigo en esta casa y que no me puedo llevar. No puede andar uno cargando por la vida con cada nota, cada papel, cada recuerdo hecho taza, matera, libreta, anotación arrugada. Hay que soltar, dicen. 23 kilos, me repito. Solo 23 kilos, me repito de nuevo para recordarme a mí misma que en ese límite numérico debo acomodar pedazos de mi existencia y escoger cuáles. A lo Marie Kondo, hago con cada cosa, con cada objeto un pequeño ritual: los tomo en mis manos, les agradezco, y hasta los acaricio ya en el límite de mi ridiculez solitaria y los empaco con cuidado deseándoles buen viento y buena mar, a ellos en su viaje, en su nueva vida. Que buenos humanos los encuentren en su camino para que les den buen uso y les saquen provecho como lo hice yo. Mis libros. Mis libritos. Me ha costado desprenderme de ellos, pero son los que más pesan. Saco papeles, facturas, sombreros exuberantes que jamás usé, zapatos de tacón altísimo en los que jamás me monté y prometo que en mi próxima etapa o al menos en mi próxima vida haré mi mejor esfuerzo para volverme verdaderamente minimalista y leeré sólo en kindle para no llenarme de cosas y libros y objetos y me volveré sensata y aceptaré de una buena vez que busetiar, como yo lo hago, jamás será compatible con el tacón 6 y medio.

Ilusión en este viaje que comienza para todos los habitantes de esta casa: los humanos, los libros, las palabras y las cosas.

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