Descubrí el libro de Madeline Miller el verano pasado. Sus hojas quedaron mojadas y arrugadas porque lo devoré por varios días en la playa y hoy que lo abro, salen pepitas de arena rodando que me recuerdan el mar, el calor del sol y algunas lágrimas que me sacó esta narración maravillosa. Miller nos regala una recreación autobiográfica fantástica, con una mirada femenina sobre este personaje de la mitología griega que transformó en cerdos a los compañeros de aventura de Ulises.
Las hermanas de Circe son unas ninfas resplandecientes, le han heredado la belleza al papá que es nada menos y nada más que Helios, el dios del sol. Ella de ese fulgor familiar solo tiene los ojos amarillos, pero una voz rara, “casi humana” le dicen con desprecio, el mentón prominente, el pelo parduzco de un lince. Más que una diosa dorada parece la cría de un ave rapaz. Trata desde niña de encajar en ese mundo suntuoso e intrigante de las deidades, los titanes y las ninfas, pero no logra jamás sentirse parte de él. Además tiene una mala combinación: sensible y rebelde. Pero Circe descubre que puede transformar los seres y las cosas. Su talento mágico le cuesta el exilio en una isla desierta.
Y es allí en soledad que Circe aprende a mezclar las plantas para curar. Y se cura ella misma transformando su tristeza en poder. Circe canta, cultiva, cocina. Circe aprende a domar las bestias salvajes. La historia de sus días en la isla se entrelaza con las de otros personajes fascinantes de la mitología como Dédalo, Medea y por supuesto Ulises. Circe se enamora y se convierte en mamá. La maga poderosa se desvela con el niño en brazos y siente que el tiempo no le alcanza como a cualquier mamá primeriza desde el principio de los tiempos.
El verano pasado, por casualidad, cuando terminé de leer el libro, una amiga me invitó al Circeo. El Circeo es una playa bellísima a pocas horas de Roma. Dice la leyenda que ese era precisamente el punto geográfico donde fue desterrada la maga Circe, de ahí el nombre del lugar. Es solo una leyenda, pero mientras pongo mi toalla en la arena y me acuesto a ver el mar quiero creer que es así. Miro hacia la montaña y me imagino a la diosa, la maga dorada que camina entre la vegetación rodeada de animales, que ama, que llora, que se defiende y se transforma y evoluciona, no como una deidad, sino como una mujer de carne y hueso que aprende sola a hacer resplandecer su propio brillo. Porque la Circe de miller nos muestra que la magia no es un poder sobrenatural. La magia verdadera es aprender, como en una suerte de alquimia personal, a exprimir el mejor elíxir de nuestro propio ser.
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