Los talentos de los hijos

Los hijos tienen sus propios gustos

Durante la mayor parte del embarazo pensé que tendría un hijo hombre. En la primera ecografía me habían casi asegurado que el sexo era masculino y los antojos que me dieron embarazada eran los mismos que le dieron a mi mamá cuando estaba embarazada de mi hermano, no de mí. Mi barriga era muy redonda y según la sabiduría de vecina de la esquina era barriga de hombre.  Durante varios meses imaginé y visualicé mi vida con otro hombre en la casa, empecé a seguir las cuentas en instagram de blogueras que tenían hijos hombres y cuando ya estaba con la película montada me confirmaron que sería una niña.

Después de la sorpresa inicial,  mi cerebro cambió el guión de la película, y no pude evitar -fue más fuerte que yo- este primer trailer que me llegó a la mente:

Una niña con mallas, y tutú de danza.

Lo que yo sentí en mis primeras clases de baile quería que ella también lo experimentara, ¿sería la danza para ella lo que ha sido para mí? quise de corazón que así fuera. Pensé que seguramente así sería porque durante todo el embarazo dicté clases de yoga, baile, Pilates, expresión corporal, movimiento creativo, me moví siempre con la música, primero sin barriga alguna, luego con una incipiente y después con una colosal, pero nunca durante esos nueve meses mi cuerpo estuvo sin la grata compañía de la música.

Cuando Aurora cumplió tres años la llevé a su primera clase ballet. La reservé con anticipación, escogí su ropa con esmero, le puse unas calentadoras estilo flashdance. Esa mañana llegamos un poco tarde, la profesora me hizo entrar al salón de baile:

-Para que la niña se adapte más fácil.

Me senté con otros papás en una banca de madera mientras mirábamos a nuestras hijas saltar dentro de unos aros, levantar los brazos, moverse en círculos. Después de 15 minutos Aurora se acercó a mí:

-Pipí

La llevé al baño y cuando estábamos  en frente de la puerta del salón otra vez, me jaló la mano para atrás:

-No quiero entrar.

Tal vez el salón no era muy iluminado, las niñas eran más pequeñas que ella, la profesora no fue afectuosa, pensé. Quise que probara con la siguiente clase, media hora más tarde. Nos quedamos de pie en la recepción de la academia: un salón que parecía más bien la sala de espera de una eps, colmado de papás que aguardaban a sus Anas Pavlovas con caras descompuestas, habían tenido que madrugar también el sábado y ni siquiera había suficientes sillas para sentarse.

Empezó la clase de baile, ésta si con niñas de su edad, pero no me dejaron entrar. Por las cámaras de video pude ver que estaba entusiasmada, eso parecía, pero era solo el inicio. En la mitad de la clase se asomó a la puerta:

-Pipí.

Otra vez, la llevé al baño.  Cuando salimos cogió su chaqueta, se puso los zapatos y caminó directamente hacia la salida:

-Esto no es divertido, mami.

Tal vez es porque es algo nuevo para ella, pensé mientras la veía correr con agilidad hacia el parque del frente y colgarse de las barras de hierro como un mico contento.

El siguiente sábado probé por tercera vez en otra escuela. Ésta era mucho más iluminada, los salones grandes, la sala de espera para los papás con café, agua, sillas suficientes y videos en una pantalla grande donde mostraban el entrenamiento de los bailarines del New York City Ballet. Las niñas vestidas iguales con tutús rosados y moños blancos fueron entrando en fila india al salón. Aurora entró después con aire distraído. El piso de madera lúcido reflejaba las figuras de las niñas moviéndose.  Me senté afuera a esperar, abrí mi libro, después de un rato la profesora se asomó:

-Mamá de Aurora -dijo buscando entre los papás.

Cuando entré la primera imagen que vi fue la de mi hija con otra niña, ambas colgadas de las barras con los pies pisando el espejo y la cabeza hacia atrás, haciendo muecas.  Las otras niñas caminaban de puntillas en círculos. Es todavía pequeña, pensé, pero mientras la veía balancearse sin miedo en la barra, delante de mí pasó la fila de niñas.  Todas un poco dispersas, sin embargo me fijé en dos: caminaban derechas, con sus cuellos largos, sus brazos delicados. Parecían de algodón y sonreían.

La clase se acabó y mi hija estuvo todo el tiempo enganchada a la barra haciendo maromas. Al final corrió detrás de la profesora con los brazos arriba para que le dieran el sticker.

-Menos mal no rompieron el espejo – les dijo la maestra y luego me miró con una sonrisa chueca.

Salimos del salón y la dueña de la academia me entregó los papeles de inscripción:

-Es siempre así las primeras veces… ¿cierto que en la próxima clase te vas a portar bien?,- se agachó en cuclillas y quedó a la altura de mi hija, la cogió de la mano y le puso un chocolate- ¿vas a volver, cierto?

Aurora le soltó la mano y me jaló hacia la salida mientras se metía todo el chocolate a la boca:

-No.

Los hijos tienen en su corazón sus propios ardores, sus propias pasiones que irán descubriendo a su ritmo.  A ballet, al menos por ahora, no volverá. Lo que sí estoy averiguando son clases de Hip-Hop o gimnasia olímpica.

 

 

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