Papá Noel rocks

Papá Noel rockero

Llega diciembre y me encuentro re-descubriendo el encanto de una época llena de sentido comercial y consumismo. La maternidad me hace vivir casi una segunda infancia. Gracias a que soy mamá, vuelvo a ver con ojos de ilusión esta época del año. Me emocionan las luces demasiado precoces- las ponen después de halloween- que invaden las casas y las calles. Me enternecen los adornos kitsch de enanos vestidos de rojo y verde.

Hace apenas unos años yo era casi un Grinch de la Navidad. No que no me gustara en absoluto, pero de adulta le había cogido cierta aversión. Los villancicos eran para mí el preludio sonoro de una época de tumultos, trancones y despelotes inútiles. Y ni hablar del fin de año, esa desazón de tener que rendir cuentas a sí mismo sobre lo que se hizo y no se hizo. Las uvas, los pólvora… Me provocaba acostarme a dormir el primero de diciembre y que me despertaran por ahí el 4 de febrero; porque enero tiene ese sabor ácido de una fruta biche, de un mes que apenas está ensayando para tener los bríos de julio o el carisma veraniego de un agosto, pero el pobre enero no da la talla y tampoco tiene el protagonismo de diciembre, mejor dicho es un x. Lo podrían quitar del calendario y nadie pondría el grito en el cielo a parte los que cumplen años esos días.

Hoy todo es diferente. Me he reconciliado con la Navidad. Cualquier adorno de luces chuecas llama mi atención. Descubro con mi hija de 2 años la felicidad de contar los muñecos de nieve en un plato de cerámica y soy yo misma la que anda por la casa con una maraca entonando villancicos de todos los pelambres e improvisando las letras cuando no me acuerdo.

He vuelto a entrar en contacto con todos los personajes de la fauna navideña como los renos o los ratoncitos que lo ayudan a él, a Papá Noel. Papá Noel también es un tipo con el que he hecho las paces desde que soy madre. A mi hija le encanta y por ende siento una simpatía exagerada por este personaje anglo que en mi casa siempre fue ninguneado porque el que traía los regalos era El Niño Dios.

Todo huele a Navidad, todo sabe a Navidad. Siento, casi, que es la época en que los sueños se pueden volver realidad, como dicen las propagandas de juguetes caros.

Estamos en el aeropuerto dispuestos a viajar para nuestras vacaciones navideñas cuando oigo que mi hija grita de la felicidad:

-¡Papá Noel!, !Allá, allá!

Estamos en la fila de migración y ella indica con su dedo hacia atrás:

-!Otro, otro, otro Papá Noel!

Su cara se ilumina como si hubiera visto a Papá Noel en persona. Yo miro para todos los lados y, claro, ahí está. Ahí están porque son dos. Dos Papá Noel de verdad verdad.  Divinos con sus barbas tupidas y su pelo largo. Sus cachetes colorados y su sonrisa serena. La saludan, le hacen muecas, la hacen reír más. Están solo unos puestos más atrás en la fila, no visten de rojo y tienen tatuajes en los brazos.

Son los cantantes de la banda de heavy metal “Master”. Me acerco a ellos y mi hija se les tira a darles un abrazo, el cual es correspondido:

-¿Nos tomamos una foto con estos Papá Noel?

Le digo, mientras no deja de mirarlos y tocarlos. Hasta ahora había visto Papás Noel de plástico, goma y trapo, pero no de carne y hueso. Les pido que nos tomemos una foto y ellos gentilmente acceden.

En Navidad todo puede ser posible, hasta que Papá Noel toque en una banda de rock pesado de día y de noche salga en su trineo a repartir regalos por toda la ciudad.

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