Atravesando mi Vía Láctea

Atravesando mi Vía Láctea

Estuve muy atenta durante todo el curso prenatal. Reviviendo el espíritu nerdo de mis años escolares registré con atención todos los temas en una libretica: parto natural, cesárea, respiración, epidural. Hice esquemas, dibujos y hasta mapas con marcadores de todos los colores.Con la ilusión de mi panza que crecía no intuí que todos esos apuntes después se revelarían inútiles. Todas esas notas que jamás tuve el tiempo de volver a leer y menos de ponerlas en práctica. Ahí quedaron en una perfecta caligrafía. Hoy esa libretica por fin encontró su papel en este mundo, cerca al computador, ahora sirve para  anotar teléfonos cuando uno está de afán o para hacer improvisadas listas de mercado.

Uno de los módulos del curso es Taller de Lactancia Materna, así, todo con mayúscula. Voy a todas las sesiones, sin pararle muchas bolas. Es decir, qué me pueden enseñar acerca de lo más obvio: el niño chupa, la leche sale, ya está.

Eso pienso yo en mi inocencia de madre primeriza y con la influencia fresca en mi mente de todos los comerciales de Jhonsons que he visto en mi vida: la mamá divinamente peinada sonríe mientras da teta, con música relajante y una cama perfectamente tendida que se ve al fondo.

El último día, la doula que da el curso cierra la sesión con una perla de sabiduría ancestral:

-El secreto está en tomar mucho líquido.

Y abre los ojos como si nos acabara de revelar los números para ganar el baloto.

Caminando hacia mi casa tengo la certeza de que mi lactancia será más que perfecta. Tomaré mucho líquido y seguro yo seré como Beatriz, una de las mejores amigas de mi mamá.

“Trish” como le decían de cariño, tenía tanta leche que no podía alejarse del bebé más de una hora.  Le tocaba salir corriendo de bancos y oficinas. La primera gota anunciaba el diluvio. Mientras caminaba a paso veloz, un hilo blanco empezaba a bajar por su barriga. Trish aceleraba el paso y el movimiento brusco de su afán estimulaba todavía más sus glándulas mamarias. Cuando doblaba la esquina de su cuadra tenía la blusa emparamada, charcos de leche iban quedando en el andén. Desesperada, finalmente timbraba en su puerta. Su esposo, que ya sabía de las cualidades lecheras de Trish, le abría con una toalla en la mano y ella se quitaba las medias y las escurría porque tenía leche hasta en los zapatos.

Pero la naturaleza tiene sus enigmas. Y así como a Beatriz le sobraba leche a mí me falta. Recurro al agua de hinojo, agua de panela, agua de anís, agua con cáscara de plátano y, ya qué carajos,  hasta cerveza.  El resultado de todas esas aguas y brebajes son unas goticas que se asoman por mis pezones tímidas y perezosas.

Voy por la casa despeinada, con una pijama abierta, mis tetas al aire y con cara de zombie.  Las pocas horas de sueño que me deja el bebé yo las uso en sumergirme de cabeza en todos los foros de internet de la Liga de la Leche, Alba Lactancia materna y cualquier página que me de ánimos.

Clau, una de mis mejores amigas me presta un extractor eléctrico para estimular mi producción.  Ahí estoy yo: a las 3 de la mañana, mientras todos duermen, conectada a un aparato de tecnología sofisticada con dos chupas que me ordeñan  haciendo el ruido de una licuadora. Mi esposo se despierta por la bulla y con los ojos adormilados llega dando tumbos de sueño hasta la sala. Me ve y se soba la cabeza:

-Pareces Afrodita…

-¿La diosa griega de la belleza?

Le digo emocionada de pensar que aún en estas condiciones este hombre me ve atractiva.

-No… Afrodita la novia de Mazinger Z, una robot que tenía tetas que salían disparadas como proyectiles… Ya deja eso, vete a dormir.

Tal vez tiene razón. Después de 45 minutos de ordeñe mi producción da tristeza: 1 onza. Además me duelen en un modo bestial. Ahora entiendo en carne viva lo que me dijo Clau tres meses atrás cuando me entregó el extractor en una maleta negra:

-Muchas suerte… Me aguanto mil partos pero no dar teta.

Nadie más me había dicho que la primera semana, incluso la segunda iba a sentir un dolor como si me agarraran con pinzas. Nadie más me había insinuado que tal vez la cantidad de leche no dependía de lo que yo hiciera, era sólo cuestión de suerte. A mí no me sale nada. Todo ese dolor inútil, tan inútil como mi libreta de apuntes.

Mi mamá poco me puede aconsejar, jamás ha dado teta. Siendo madre en los 70,  perteneció a una generación entregada a la promesa de lo artificial como signo máximo de evolución de la especie: el televisor a color, el congelador, las narices respingadas de cirugía y la leche en polvo. Cuando ella misma enfrentó la dificultad para que le bajara leche, su pediatra de cabecera le dijo sin el menor asomo de duda:

-Para qué la leche materna, si la de polvo es lo mejor… Además los niños con leche materna se ponen feos.

Y ella le había hecho caso. Yo en cambio lloro todos los días porque no me sale suficiente leche. Un día tomo una medida desesperada. Llamo a una consultora de lactancia que cuesta un ojo de la cara, una especie de James Bond en el mundo de amamantar. Para la cita tengo que esperar una semana porque la señora tiene la agenda copada. Al parecer, a la mitad de las tetas de Bogotá no les sale leche.

El día esperado es hoy. Nelcy, así se llama, llega perfectamente engominada y vestida de enfermera. Le empiezo a explicar que no me sale leche y me pongo a llorar, otra vez. Saca de un bolsillo unos guantes de latex y mientras se los pone me dice con voz gruesa:

-Todas las mujeres tienen leche… ¿Tiene con qué grabar?

Mi esposo coge el tablet y torpemente empieza a registrar. Nelcy me exprime como una naranja hasta que de mí sale disparada una descarga de leche materna que salpica el sofá y la mesa de centro. No lo puedo creer. Nadie lo puede creer. Nelcy me dicta los últimos tips sin permitir que la interrumpa, se lava las manos, se pone sus gafas oscuras y se va.

Saber que tengo leche activa no sé qué mecanismos en mi cuerpo y ahora si me sale a voluntad. Esa noche, por primera vez en dos meses, duermo de verdad.

Y aquí estoy, después de 2 años de feliz lactancia buscando el secreto para ver cómo puedo destetar, pero esa es otra historia.

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