Estoy retomando, después de casi tres años, algo que me encanta: el teatro. En medio de los miles quehaceres semanales he logrado sacarle un tiempo: una mañana y una tarde. Ese tiempo Aurora se queda con el papá. Yo, me reencuentro conmigo misma haciendo algo que disfruto. Durante los ensayos me gusta pensar, no sé si así será en realidad, que para mi hija estar con su papá es como estar conmigo.
Mi generación ha sido la directa beneficiaria de que el rol de papá haya cambiado mucho, tal vez no lo suficiente. Hoy en día muchos papás cambian pañales, cocinan, duermen a los niños y están más comprometidos con la crianza, pero casi siempre es la mamá la que hace la mayoría de cosas en la casa y para los hijos.
Yo adoro a mi papá con toda el alma, pero ciertas cosas, las hacía solo mi mamá y nosotros sabíamos, esperábamos, deseábamos, nos acostumbramos a que así fuera. Cuando las hacía mi papá se notaba la diferencia.
Mi mamá salía a hacer vueltas. Mientras se arreglaba le empezaba a dar instrucciones a mi papá que se quedaba con nosotros, repitiendo una cantaleta conocida:
-Que coman. En la olla blanca hay carne; el arroz y las papas están en la cacerola roja; el jugo en la nevera. A Juancho hay que sacarle la zanahoria de la sopa porque no le gusta…
Y ya lista, nos daba un beso y cerraba la puerta, pensativa.
Se iba, pero no se iba. Con cada paso que avanzaba hacia la calle, cada paso que la alejaba de nosotros, repetía mentalmente toda la rutina que debía hacer mi papá. Como ayudándole desde lejos, como reforzándole la acción con el pensamiento.
Con mi papá, después de habernos destornillado de la risa, nos sonaban las tripas por el hambre.
Mi papá cogía su chaqueta y las llaves:
-Vamos a la tienda…
Mi mamá volvía después de tres horas. Agotada doblemente porque, sin querer, había hecho doble trabajo: las vueltas que tenía que hacer de bancos y compras, más ese acompañamiento mental mientras nos dejaba con mi papá.
Cuando oíamos sus llaves en la chapa de la puerta, corríamos a recibirla:
-¿Almorzaron?, nos decía con una sonrisa mezcla de cansancio y alivio.
-Papas y gaseosa… le contestábamos llenándola de besos.
Puedo contar con los dedos de la mano las veces que mi papá nos cocinó. Y menos mal porque en una de esas, quiso prepararnos unos huevos y en vez de aceite les echó vinagre. Pero si bien él no tuvo mayor iniciativa para participar en la vida doméstica, tampoco mi mamá le abrió mucho esas posibilidades. Le faltó soltar.
Una vez, yo ya de adulta, le pregunté por qué:
-Yo pensaba que nadie podía hacer las cosas con ustedes como las hacía yo. Ni siquiera su papá.
Yo si quiero que mi esposo haga todo lo que yo hago: en la casa, con mi hija. Creo que los papás no deberían ayudar, si se entiende ayudar como dar una mano, un refuerzo secundario a alguien que hace la tarea principal. La responsabilidad, la tarea principal, debería ser exactamente igual.
Salgo de mi ensayo de teatro media hora antes de lo previsto. Acelero el paso, luego corro, salto andenes con afán para llegar lo antes posible a ver a mi hija. Después paro y pienso:
-Pero si está con el papá…
Entonces le bajo a la velocidad. Caminando despacio me devuelvo tres cuadras. Y mientras me tomo un capuchino en la cafetería de la esquina del teatro, me repito de nuevo:
-Si está con el papá es como si estuviera conmigo… y pido otro capuchino, esta vez con chocolate por encima.
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