Mi pequeña gurú

Mi hija, mi pequeña gurú

Mi pequeña gurú, yo perdí tanto tiempo… Ahora te lo confieso, pasé tantos años planeando proyectos que nunca se concretaron y ¿sabes por qué? Porque  antes de ti, el tiempo era sólo mío y  con esa certeza de ser la dueña única de mis minutos y mis segundos, paradójicamente,  iba por la vida despilfarrándolo como si fuera infinito.

Llegaste para regalarme lo que por lustros me faltó: ser concreta. En la maratónica rutina feliz de mis días contigo he aprendido a ser concisa, a materializar las ideas que deambulan por mi mente. Mis planes, mis pensamientos y propósitos ya no son nubes que vagan en la nebulosa de un quizás. Ahora son una torta en el horno que puedo desmenuzar y lamer, son este blog que pasó de ser una ilusión a una ventana cibernética desde la que charlo y me río con mamás en Guadalajara o Madrid, son las rutinas de ejercicio que hago tarde en la noche cuando ya todos duermen, es la obra de teatro que logramos montar en dos meses. ¿Cómo? no sé pero así es.

Porque no hay de otra, contigo he aprendido  a  sacarle jugo a cada milésima de segundo. Porque si antes de ti yo hubiera aprovechado el tiempo como lo hago ahora,  a estas alturas ya sería premio Nobel de medicina. Pero nunca es tarde y te agradezco esta lección de vida, ese regalo que me trajiste sin darte cuenta, con tu presencia.

Porque mientras hacemos muñecos de plastilina o leemos cuentos, yo cambio y me transformo, me voy puliendo como jamás lo hice en mi vida y saco de adentro cosas que se habían ido atascando, pero contigo fluyen y me sorprenden por su belleza y poder.

Mi pequeña gurú, esta mañana me levanté con tus pies en mi barriga, te miré por un rato largo, todavía dormías y en tu cara apacible reconocí la de mi abuela. Cuando yo era niña ella me contaba sus historias de infancia, la vida en una finca, los caballos con trenzas, los palos de mango.  Y viéndote dormir volví a sentarme en el regazo de esa vieja amada de ojos grises, como los tuyos, que pintaba acuarelas y tejía croché a dos agujas, que fruncía el ceño como tú cuando estás enojada y me regalaba galletas en Navidad.

Mi pequeña gurú, yo que algunas veces me sentí débil, insegura, te veo correr y  siento dentro de mí  toda la fuerza de la naturaleza junta, oigo tus carcajadas y me siento salva como una gruta en medio del bosque.  Los pensamientos que antes me turbaban, hoy son simples moscas diminutas que espanto con la mano para siempre.

Cuando naciste no sabía ni cómo cargarte. Fue raro ver por primera vez la cara de alguien tan desconocido y al mismo tiempo tan cercano. Una amiga que acababa de parir cuando supo que quedé en embarazo me dijo:

-No hay nada igual… vas a ver.

Pero fue cuando te acerqué a mi corazón que supe,  intuí que no había nada semejante a ese hilo invisible que nos unía desde quién sabe cuándo y quién sabe dónde, tal vez antes de que yo fuera yo y tú fueras tú,  mi Aurora, mi  maestra, mi pequeña gurú. Gracias por tanto.

 

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