Halloween retro

Recuerdos de Halloween

Con mi hija compruebo que Halloween ha cambiado. Los dulces que reciben los niños de hoy también han cambiado. El botín recogido en bolsas y calabazas refleja la opulencia de la sociedad contemporánea. Nosotros, en cambio, recibíamos las austeras “bananas”: duras, tiesas, coloradas. Pero Chocolatinas jet? Chocobrakes? Por favor!, ni en nuestros sueños más ambiciosos. Si estábamos muy de buenas nos podía salir alguna banana con relleno: un líquido espeso y hostigante de color incierto.

Hoy reparten brownies, masmelos esponjosos, gomitas importadas y hasta chocolatinas Sneakers. En esa época las Sneakers eran privilegio de pocos afortunados con alguna tía en Miami que venía una vez al año con dos maletas, una de las cuales cargada de mecato gringo. Los sobrinos lo escondían en el closet y sacaban las codiciadas chocolatinas solo en ocasiones especiales para chicanear con los vecinos y para comérselas por partes, un pedacito cada tres semanas.

Los papás también han cambiado. Los papás modernos les tenemos pánico a los azúcares refinados, los colorantes, los conservantes y al coma diabético. Pero ni mis papás ni sus amigos parecían tener algún temor parecido. Al contrario, mi hermano y yo, alentados por su entusiasmo, regábamos todos los dulces recogidos sobre el tapete, intercambiábamos algunos repetidos y procedíamos a comérnoslos. TODOS, uno detrás de otro y no parábamos hasta acabar. Nos daban las 2:00 de la mañana en una especie de trance halloweenesco: engullíamos los dulces ya sin masticarlos, algunos todavía con el papel, sobre todo aquellos cuya envoltura era aparatosa y difícil de quitar como las Frunas o los chicles Globo.

Yo, un poco por seguir mi espríritu ecológico de no comprar y así ayudar al planeta, y también por seguir mi espíritu ermitaño de evitar montoneras en centros comerciales y Chapineros no quería comprar disfraz este año.

Mi hija se antojó del disfraz que su mejor amiga llevó el año pasado y se lo pedimos prestado. Era de esqueleto, una especie de trusa negra con los huesos y las vértebras resaltando en blanco. Los accesorios del disfraz eran un tutú negro estilo gótico noventero y una peluca de pelo negro, liso y largo.

Cuando lo saqué de la bolsa para medírselo me dijo:

-Las calaveras no tienen pelo. – y lo puso con indiferencia encima de la cama.

Esa es otra gran diferencia con nuestros humildes Halloweenesochententeros. Nunca tuvimos reparo en vestirnos con los que nos ponían sin chistar. Dumbos en macramé y capas de super héroes hechas con cortinas en desuso. Ningún niño de antaño tenía el ojo crítico para desacreditar un disfraz confeccionado a punto de papel crepé y dotes costureras de alguna abuela. Nos poníamos lo que había y punto. La mayoría de las veces heredado o requeteusado.

La única vez que me negué a ponerme el disfraz propuesto por mi mamá fue cuando le pedí el de Mujer Maravilla. Siempre quise ese disfraz. Soñaba con las botas rojas, la diadema de estrellita, y sobre todo el estraple. Salir a la calle, de noche, lloviendo, con el pelo en sedosos bucles y una especie de vestido de baño escotado era mi máxima ilusión. Mi sensata madre en cambio, obsesionada para que no agarráramos una pulmonía, se negó rotundamente a dejármelo lucir en su versión original.

-Te lo compro. Pero te ponés pantalón de sudadera y suéter debajo.

Qué? Cómo podía yo sacrificar el glamour de un estraple poniéndome manga larga debajo? Yo quería ser como Lynda Carter, la actriz que personificaba  Wonder Woman, no como Barbapapá. Pero esa era la condición, ese el caro precio que yo debía pagar la noche de las brujas si quería ser una heroína más del Salón de la Justicia.

Renuncié entonces a mis aspiraciones estéticas y opté por usar, por tercer año consecutivo, mi disfraz de holandesa. Pero mis huesos en ese año se habían elongado lo suficiente para que mi tía Lila tuviera que alargar la falda pegándole una extensión de encaje y así me lo puse.

Este Halloween mi hija salió disfrazada de unicornio a pedir dulces en medio de una multitud de Elsas, Hombres Arañas y Batmans. Llegó con su calabaza repleta de dulces. Sofisticados dulces que le guardaré bajo llave con el mayor sigilo en una caleta oculta para írselos dando por cuotas. El arsenal de Halloweenle durará hasta Semana Santa.

 

 

 

 

 

 

 

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