Ya no soy el Grinch

Navidad 2018

Esa navidad hicimos unos buñuelos horribles. Como ahí no vendían la receta de caja que venden en todos los supermercados de Colombia, decidimos adaptar algunos ingredientes harinosos parecidos a los originales. El resultado fueron unas bolas cauchudas que rebotaban en la pared con gran soltura, pero sabían a llanta, o a lo que me imagino que sabe una llanta. Desistimos de nostalgias gastronómicas y con la barriga inflada por unos sánduches improvisados de pan de molde, salimos a la plaza. Estaba llena, había un concierto, lloviznaba. Yo tenía las manos como una gallina. El frío de ese diciembre me había agrietado la piel de entre los dedos. También me había quedado sin casa. Tenía 3 días calendario para buscar un techo bajo el cual desarmar mi maleta negra, llena de herencias inútiles dizque para el invierno:

-Un abrigo negro horripilante de una amiga de mi mamá, completamente pasado de moda y tres tallas más grande:

-¡Esos inviernos en Europa son bestiales!  -dijo mientras lo trataba de domar con ambas manos para aturugarlo en mi maleta. Parecía vivo y se resistía a entrar. Finalmente las dos nos sentamos encima de la maleta haciendo fuerza con las nalgas para cerrarla. El cierre se daño y quedo así para siempre.

-Unos guantes para el frío que eran idénticos a los del Happy Lora cuando se coronó campeón de boxeo: rojos, abombados y con cinticas azules. Fríos por dentro, perfectos para las manos de una momia de invierno.

– Una manteca de cacao tiesa y partida en una cajita de cartón con letras borrosas. Había sobrevivido a varios bolsillos con suficiente decoro para apaciguar la resequedad de los labios en invierno con su sabor a chocolate. Me había sido muy útil, porque yo no me la echaba, me la comía.

-Soy un Grinch. Definitivamente no me gusta la navidad – le dije a mi amigo Gianni, un paisa que hablaba italiano con acento de Medellín.

-Tranquila que si no consigue casa se queda en mi apartamento – me dijo mientras me subía el gorro de la chaqueta, en un gesto protector propio de hermano mayor adoptivo. Salimos corriendo por el aguacero. El concierto se terminó abruptamente y los músicos escapaban del escenario tratando de salvar sus instrumentos del agua.

Desde mis veintes le había cogido jartera a esa época de tumultos y chichoneras. Soñé muchas veces con acostarme a dormir el 30 de noviembre y despertarme en febrero, porque en enero todavía quedaban ecos trasnochados de la burra negra, la yegua blanca y la buena suegra. Busqué muchas veces en google lugares en donde no se celebrara la navidad o el año nuevo, pero eran pocos, muy lejos, muy fríos. Esa navidad no tenía casa, pero en cambio tenía  manos de gallina y los labios paspados.

***

Hoy busqué en youtube Antón Tiru riru riru y me acordé que de niña me emocionaba con el diablo cantante de la chirimía. Hoy siento una ilusión renovada por la navidad. Esta mañana armamos el pesebre con casas miniaturas y unos pastores gigantes que no cabían en sus propias moradas. Colgamos unos ángeles de pelo enmarañado con alambres para que se sostuvieran volando sobre los techos.  Con Aurora he descubierto de nuevo las olvidadas propiedades del papel aluminio para simular ríos y quebradas en el pesebre. Desde que está ella me fascina la navidad. Mi corazón ha renovado su simpatía por la oveja arisca y el cordero manso. Ya no soy el Grinch.

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