Dejándome arrastrar por ese torrente en el que pataleamos que son las redes sociales, sucumbí. Ahí vamos todos, unos con nadado de perro, otros de mala gana solo flotando. Así que yo también en la ola quise buscar mi foto del #10yearschallenge.
Me puse a escudriñar en mi propio archivo de fotos de Facebook, que se acuerda más de mí que yo misma. Y saltaron algunas imágenes mías de hace una década. Otros peinados, otros estilos, otros cachetes más pulposos. Y ahí está mi yo 10 años más joven, muy oronda con en la mano una botella de plástico de un litro.
En 10 años cambié de país, de color de pelo, de trabajos, de ginecólogo. Me volví intolerante al gluten y descubrí un universo paralelo de productos gluten free, pero no dejé de comer pasta. En 10 años cambié el ranking de mis películas favoritas drásticamente y – por fin- saqué mi licencia de conducción. En 10 años abandoné mi condición de noctámbula empedernida y pasé a ser una nostálgica mañanera que extraña trasnochar, pero físicamente no da pie con bola más allá de las 11 de la noche. En 10 años me arrejunté, y como el orden de los factores no altera el producto, me reproduje y me casé, en ese orden. Muchas cosas han cambiado en mi vida, otras no tanto, pero lo que definitivamente se ha modificado radicalmente es lo que pienso de esa botella de plástico en mi mano.
En 10 años ella sigue intacta. Yo soy materia biodegradable, ella sigue incólume. Ya no en mi mano, obviamente. Ella dejó París y en este preciso momento estará con sus pares vacacionando en alguna isla de basura del Pacífico. Lo que me inquieta del plástico, además de lo que todos conocemos acerca de su índole contaminante, es algo metafísico, si se le puede decir así, su carácter eterno y distante, su altivez con todo lo vivo que le está a la redonda.
Algunas botellas de plástico duran 150 años y otras llegan a durar 1000 años. 1000 años es el tiempo que ha pasado desde las Cruzadas hasta hoy, desde los Vikingos hasta los hooligans, desde el Cid Campeador hasta Ronaldo, desde que Jennifer Aniston estaba con Brad Pitt.
Dentro de 100 años, cuando todas las entidades vivientes que hoy nos dan like en Instagram se encuentren en quién sabe cuál dimensión sideral del universo evolucionando como seres de energía, esta botella seguirá aquí.
Hoy, a diferencia de hace 10 años, cuando tengo una botella de plástico en mi mano, no puedo evitar pensar:
-Estoy por tomar agua en un pedazo de basura que va a durar más que el Imperio Bizantino.
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